Ciertos días de la semana
se desacostumbraron a ser
silenciosos y quietos
como un milagro acaecido por piedad
y el milagro trajo los rituales
la fruta el te y tus manos
cuatro ojos con alguna lágrima de paso
las miradas topadoras y apasionadas
las verdades para sordos
el escutinio de la fe
la singularidad de la química
para pocos privilegiados, para todos inexplicable.
Amarme y odiarme en el mismo renglón
en el mismo silencio en el mismo punto de la línea
y por ambas arrancarme la ropa
sé que es insoportable
pero no es justo conjugar
nada de ésto
en pasado
quizás porque
sigan intactas
las razones
para desnudarnos
una y otra vez.
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